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Solapa
Carlos Javier Morillo

Miguel Guerrero, narrador linense, vuelve con este libro de cuentos, "Arquitectura del dolor", a mostrarnos su habilidad para el difícil arte de la narración breve.
Nacido en un año de la déca­da de los cincuenta, inicia su trayectoria literaria después de haber Icido a exce­lentes novelistas: Thomas Bemhard, Valle-Inclán o Celine, autores que in­fluirán en su obra escrita
Con esta entrega son ya dos las obras publicadas; la primera de ellas "Rapsodia de un submarinista" (1988) de mínima difusión, es un alegato de la interiorización del hombre moderno. Centrándonos en el libro que tenemos entre manos podríamos citar la obsesión temática del autor, relatos como La Ori­na, El Gesto o La Nota (mis preferidos) son claros presentes de su descarnada y peculiar literatura.
Cabe solamente decir -y no por la amistad que con él me une- que Miguel Guerrero es un joven valor en alza que deberíamos cuidar e indudable­mente no perder de vista.




Una interpretación del sinsentido
José Antonio Hernández Guerrero



Arquitectura del dolor
Miguel Guerrero
Colección Textos para nada, 2. La Línea, 1990


Creo que sí, que Miquel Guerrero ha acertado con al título de su último libro de relatos breves, brevísimos. Y no solamente me estoy refiriendo a la organización material de sus diez capítulos, articulados a partir de un proyecto unitario sino que, en mi opinión, en esta expresión Arquitectura del dolor, el joven narrador linense condensa la concepción literaria que orienta y alienta sus bellas páginas. Creo que el título define con exactitud el contenido del libro y, además, la meta, el camino y el vehículo que dan sentido, coherencia y eficacia a la actividad creativa de Miguel Guerrero.
A lo largo de los diez relatos, el dolor y los dolores se van revelando corno la explicación más adecuada de la modulación artística, de la configuración literaria, de esta obra intensamente poética.
Este libro de relatos, en contra de lo que en una primera lectura pudiera parecer, no es una antología de anécdotas. Éstas no son más que meros pretextos para descubrir los ecos sentimentales -entrañables- de sucesos cotidianos y para revestirlos con los ornamentos de un sacrificio ritual. Unas veces será la muerte de la compañera o del padre; otras, un paseo sin rumbo por la ciudad o la contemplación detenida del buzón siempre vacío, o la necesidad urgente de orinar. Cualquier suceso le sirve para estimular la ensoñación imaginaria s y a todos los episodios, por insignificantes que parezcan, los convierte en percances que, a fuer de ficticios, nos descubren nuestra más profunda y auténtica realidad.
Estas páginas están, efectivamente, construidas y amasadas con la harina de la propia experiencia: la soledad, al miedo, las aspiraciones, constituyen las explicaciones más convincentes de su lectura y de su escritura. En definitiva, para Miguel Guarrero la literatura es una vía de purificación.
Este libro tiene mucho que ver con la muerte cotidiana; tiene mucho que ver, por lo tanto, con la vida y con el arte; es una interpretación del sentido -del sinsentido- de los gestos más banales.


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